lunes, 30 de marzo de 2009

TACTO


Llevaba poco tiempo en la ciudad, a ratos me emocionaba con tan grandiosa oferta de ocio, gente por todas partes, grandes monumentos, los mejores museos del país, y a ratos me desconcertaba, ahora ya ni recuerdo porque vine, como y qué me trajo acá. Aquel día salí a pasear, pues si bien es cierto que la ciudad ofrecía oportunidades maravillosas más cierto era que yo ando sin un mango en el bolsillo, no me esforzaba en buscar trabajo, mis manos como jardinero un día, como paseador de perros otro, como… como lo que surgiese, eso sí, no todos los días, quería conocer aquel lugar y poco más. Y así paseando por calles nuevas me hallaba, me entró un poco de frío, no es que yo sea muy friolento, pero el cielo comenzó a colorearse de un tono gris que nada bueno predecía, y eso que era 25 de abril, la primavera, la puta primavera , ahora sí, ahora no, la muy zorra no se decide, te da un rato de calorcito, un calor agradable tras el cruel invierno y cuando te estás acomodando te da la espalda y te lanza una tarde como aquella, será calentona…
Me rasqué el bolsillo y entré en un bar, pintaba muy lindo, me senté en la última mesa, me gusta observar a la gente que entra, pedí un te y decidí que pasaría gran parte de mi tarde en aquel sitio, jazz de fondo y personas que entraban y salían sin parar, no tenía nada mejor que hacer, pero no ocurrió así. Pelo negro, despeinada, con cara despistada, grandes ojos y labios carnosos, nariz pequeña, y si, ese aire despistado me hizo no quitarle ojo de encima, si, tenía un cuerpo riquísimo, pero no fue eso lo que me provocó tal interés. Se sentó en la barra, pidió un capuccino y oí como le preguntaba por una calle al camarero, era mi momento, el tipo le contestó que no sabía, yo tampoco, pero me acerqué y previa excusa por entrometerme en conversación ajena le dije que si quería le acompañaba a la calle una vez nos tomásemos el café. Ella accedió y se sentó en mi mesa, estuvimos conversando sobre nuestro papel en aquella ciudad, ambos extranjeros en la inmensa urbe. Su voz ronca me ponía muchísimo, era una mujer extrovertida, diferente, pasaba el rato y allí seguíamos, como si dos amigos que no se ven en años se reencontrasen, hablábamos sin parar. Era tarde, le pregunté que si aun quería saber donde quedaba aquella calle que buscaba, su mirada y su sonrisa de medio lado contestaron, no hicieron falta las palabras.
Fuimos al departamento que yo tenía alquilado, por suerte era cerca, nos tomamos una copa de vino, era lo único que le podía ofrecer. ¡Dios! como nos besamos, qué química, es tan difícil describir cuando algo así ocurre, mis ojos se clavaron en los suyos, comenzó un baile de lenguas sin fin, la respiración se agitaba cada vez más seguida, la saliva recorría nuestros cuerpos, el pelo despeinado le cubría un poco la cara, pero dejaba entrever sus labios, estaban aún más carnosos si cabía, nos mordíamos, nos arrancábamos la piel con caricias violentas, sexo oral a embestidas, más besos…hicimos el amor una y otra vez, se quedó dormida boca abajo, su perfil no se borra de mi mente, tenía un culo poderoso, le acariciaba desde la nuca hasta el sexo, estaba tan suave, tenía una piel tersa, era, y odio ser así de cursi, como si de un pétalo de rosa se tratase, no me había percatado de su tacto hasta ese momento. La pasión desgarradora me había impedido centrarme en esto, en su piel, en su pelo, estaba enredado pero lo notaba entre mis dedos como seda. También yo me quedé dormido, vencido de tanta belleza, los párpados me pesaban.
Los rayos del sol, comenzaban a incomodar, la jodida primavera había decidido que aquella sería una mañana soleada, abrí los ojos y ella estaba a mi lado, aún dormía. La observé detenidamente un rato, siempre me gustó observar dormir a los niños, a las mujeres lindas, a los viejitos, sentí que un calor invadía mi cuerpo, que mi sexo se henchía, recordé la danza que nuestros cuerpos representaron la noche anterior, tuve la necesidad imperiosa de acariciar suavemente su sexo, que mis dedos quedaran prendidos de su clítoris, sus labios estaban aún hinchados y aún sin tocarla sabía que estarían suaves y listos para volver a hacer el amor, notar su calor interno, la habitación aún huele a lo de anoche. Así lo hice… ¿qué coño pasa? ¡joder! Tengo la mano dormida, no siento nada, no noto si está fría o caliente, suave o áspera, pruebo con la otra mano, nada, tampoco, ¡Dios! ¿qué me está pasando? Ella despierta y me dice que le estoy haciendo daño, qué si soy gilipollas, qué si… ¿cómo le explico que no tengo tacto? Le pido disculpas, finjo que no ocurre nada, me perdona, me besa y … qué angustia, no siento sus besos, su lengua, su cuerpo está sobre el mío, es bellísima, es una mujer increíble, pero no la noto, no se qué está ocurriendo, ¿Cómo fingir esto? Se asusta, se viste rápidamente, le grito que no se marche, que me ayude, me llama loco, se va, se ha ido. Es cierto me estoy volviendo loco, me ducho y no se si el agua está caliente o fría, no puedo dejar de mirar el mango de la ducha si lo pierdo de vista se me cae, ni siquiera noto que recorra mi cuerpo, salgo no me seco, qué más da, voy a la cocina, tengo que probar así, es duro, pero algo he de hacer, abro el cajón de los cubiertos, ahí está un cuchillo de carne, con sierra, con la punta bien afilada, me pincho la yema del dedo, sangro un poco pero nada, ni siquiera ese pequeño cosquilleo del pequeño corte, voy un poco más lejos me hago una pequeña raja, sangro aún más, nada, nada, desespero, otro corte, esta vez más profundo, nada, comienzo a sentir que la tensión me baja, pero la respiración se agita, el corazón bombea fuerte, no puede ser cierto, ¿Cómo no sentir un corte así?, mis ojos fijamente en el cuchillo para que este no caiga al suelo, lo dirijo con la mirada al brazo, un corte, otro, sangre, la huelo, borbotea, lo único que siento es que pierdo la fuerza, agonizo, sigo cortando, ¡Quiero sentir! , me estoy mareando, hago el esfuerzo por sentir el dolor del cuchillo en la muñeca, nada, nada…

lunes, 9 de marzo de 2009

La ventana

“Su felicidad se construía con los recuerdos de lo sucedido o imaginando aquello que iba a suceder, y nunca con aquello que precisamente estaba sucediendo” “Nada en él sin embargo hacía sospechar tal cosa, pues tenía cierto dominio de si mismo y su mirada soñadora prometía cosas, y su dulce ademán se hacía querer” Este es el personaje que protagoniza el libro que estoy leyendo, y sin ninguna intención asoma a mi lado una leve y triste sonrisa de medio lado al reconocer en este personaje de papel, magníficamente retratado, a algún personaje un poco menos de papel, pero igual de triste. Dedicando su tiempo a mirar por la ventana y pensando si debe bajar a jugar a vivir como hacen aquellos que contempla, se lo piensa demasiado, -¡Mira aquél!, se ha caído saltando más alto de la cuenta queriendo sumar casillas y ahí está, solo, con lágrimas por la pequeña herida, uy no,no, yo no bajo- Y así con el miedo a hacerse pupa jugando a la “tanga” se queda tras la cortina. Se siente protegido, pero desgarradoramente solo, sin testigos de sus temores y deseos, es tanto el miedo al dolor que al igual que el personaje de ficción “ha aceptado la inercia de su declive”.

domingo, 1 de marzo de 2009

METRO-Línea 7- Ningún día sin poesía-


MUERO PORQUE NO MUERO – Sta. Teresa de Jesús

Qué frase tan sentenciadora. ¿Quién no ha sentido esto alguna vez? Por diferentes motivos, por amor principalmente, en todas sus variantes, un mal de amor, un desengaño, la perdida del ser amado… la agonía te ahoga, te presiona el pecho, quisieras cerrar los ojos y encontrar la muerte para que así esta te traiga la paz eterna, pero agonizas aun más cuando ves que no solo no la alcanzas, sino que la presión es aún mayor.

El sentido en el que Sta. Teresa de Jesús lo recogía es distinto, pero hay un elemento común, la agonía. Diría que esta es producida por la impotencia de no conseguir lo que deseamos, de no alcanzar, de no llegar, soberbia incluso. Esto es lo que me queda tras leerla una y otra vez. El ansia por alcanzar una paz que te inunde, ¿por qué no? Encontrarte con tu propio yo cara a cara, sin reproches, sin arrepentimientos, sin dudas, con tu Dios que te bendice. Pero no creo que esto ocurra en vida, sino el día final, el momento justo de cerrar los ojos, cuando veas “THE END” justo ahí. Porque solo en el momento de la muerte nos reconciliaremos con nosotros mismos.

Pienso en ello, y la veo lejana, sin temor, imagino que vendrá a por mi cuando ya tenga la piel apagadita, lo que llaman “ley de vida”, pero ¿y si me encuentra hoy? No le tengo miedo, pero ahora, aquí, sentada bajo el subte no quiero en absoluto toparme con ella, que se suba en la siguiente parada y se siente frente a mí. La agonía que protagoniza mi vida, los momentos en que ansío de manera desgarradora una paz que me invada y me permita cerrar los ojos y que siempre sea así, se quedan pequeñitos con mis ganas de seguir muriendo poquito a poco, pues en algún que otro momento también es cierto que hallo esa paz en la sonrisa de mi hermana Belen, en las carcajadas con Lola, en las conversaciones profundas con mi madre, en las ocurrencias de Arv, en los proyectos de viajes futuros….