miércoles, 13 de abril de 2016

El amor


Hace tanto que no escribo que no recuerdo los motivos por los que dejé de hacerlo, tal vez la felicidad, la paz, la tranquilidad, el sosiego, el amor puro y verdadero, sin trabas, sin mentiras, ese que llega sin avisar y se instala en el corazón, en el alma, para siempre, ese que crece día tras día. Tal vez todo esto es el culpable de que yo dejase atrás la escritura desgarradora, aquella que dolía en el estomágo, aquellas palabras perdidas, sordidas, turbias, pero hermosas, de alguna manera hermosas.

Sin embargo llevo días que deseo sentarme en soledad a escribir sin parar, a escribir sobre esta persona nueva que soy, esta mujer que poco y mucho tiene que ver con aquella, mi manera de amar, ahora me doy cuenta, es la misma, intensa, apasionada, verdadera y alocada, así amo a Daniel, mi eterno compañero. Claro que a veces, pero muy pocas veces, me trastoca, pero eso hace que también le ame, que le ame como a nadie, es soñador como nadie, es creativo y se ilusiona como un niño pequeño, tiene ese punto de candidez en un señor responsable, y eso no me descoloca, al contrario, me atrapa, bueno, sí, me descoloca a ratitos, pero para justo después en frío enamorarme aún más.

Y mi hija, ¿cómo saber hasta su llegada del amor incondicional? No puedo afirmar y estoy en contra de la idea de que para realizarte como mujer debes ser madre, pero si afirmo que el amor incondicional sólo se conoce cuando se tiene un hijo. En mi caso, he tenido la suerte de que haya nacido del amor del que hablaba antes, de un amor divertido, sincero y para toda la vida, de esos que ya no existen. Martina, porque mía no es, la hija que nos ha puesto la vida en el camino, y nos hace sentirnos extremadamente afortunados, no resta, sino que suma un amor infinito a nuestras vidas, su sonrisa es el mundo girando a nuestro alrededor, el brillo de su pelo rubio me parece el color más precioso de la creación, sus ojos de tono indefinido nos inundan de una ternura infinita, y sus ocurrencias nos provocan las mayores de las risas, y sus pequeños malestares de niña pequeña, el mayor de los sufrimientos, quisieras cambiar una noche suya de mocos y tos por una gripe enorme en tu cuerpo a cambio.

Así es este amor que me ha regalado la vida... ¿Cómo no sentir inspiración con esta vida que llevo tan intensamente feliz? A veces, lloro de emoción, de miedo por perder esto que jamás soñé, pero automaticamente vuelvo en mí, fría, y continuo, por eso dejé de escribir.

Prometo sacar ratitos y escuchar esa voz de felicidad, de emociones e ilusiones, prometo ser más yo, y volver a escribir, porque la vida sólo es una, y me permite dejarles mis palabras a mis hijos, a Martina, y a la lentejita que está creciendo dentro de mí.




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