Hace
tanto que no escribo que no recuerdo los motivos por los que dejé de
hacerlo, tal vez la felicidad, la paz, la tranquilidad, el sosiego,
el amor puro y verdadero, sin trabas, sin mentiras, ese que llega sin
avisar y se instala en el corazón, en el alma, para siempre, ese
que crece día tras día. Tal vez todo esto es el culpable de que yo
dejase atrás la escritura desgarradora, aquella que dolía en el
estomágo, aquellas palabras perdidas, sordidas, turbias, pero
hermosas, de alguna manera hermosas.
Sin
embargo llevo días que deseo sentarme en soledad a escribir sin
parar, a escribir sobre esta persona nueva que soy, esta mujer que
poco y mucho tiene que ver con aquella, mi manera de amar, ahora me
doy cuenta, es la misma, intensa, apasionada, verdadera y alocada,
así amo a Daniel, mi eterno compañero. Claro que a veces, pero muy
pocas veces, me trastoca, pero eso hace que también le ame, que le
ame como a nadie, es soñador como nadie, es creativo y se ilusiona
como un niño pequeño, tiene ese punto de candidez en un señor
responsable, y eso no me descoloca, al contrario, me atrapa, bueno,
sí, me descoloca a ratitos, pero para justo después en frío
enamorarme aún más.
Y
mi hija, ¿cómo saber hasta su llegada del amor incondicional? No
puedo afirmar y estoy en contra de la idea de que para realizarte
como mujer debes ser madre, pero si afirmo que el amor incondicional
sólo se conoce cuando se tiene un hijo. En mi caso, he tenido la
suerte de que haya nacido del amor del que hablaba antes, de un amor
divertido, sincero y para toda la vida, de esos que ya no existen.
Martina, porque mía no es, la hija que nos ha puesto la vida en el
camino, y nos hace sentirnos extremadamente afortunados, no resta,
sino que suma un amor infinito a nuestras vidas, su sonrisa es el
mundo girando a nuestro alrededor, el brillo de su pelo rubio me
parece el color más precioso de la creación, sus ojos de tono
indefinido nos inundan de una ternura infinita, y sus ocurrencias nos
provocan las mayores de las risas, y sus pequeños malestares de niña
pequeña, el mayor de los sufrimientos, quisieras cambiar una noche
suya de mocos y tos por una gripe enorme en tu cuerpo a cambio.
Así
es este amor que me ha regalado la vida... ¿Cómo no sentir
inspiración con esta vida que llevo tan intensamente feliz? A veces,
lloro de emoción, de miedo por perder esto que jamás soñé, pero
automaticamente vuelvo en mí, fría, y continuo, por eso dejé de
escribir.
Prometo
sacar ratitos y escuchar esa voz de felicidad, de emociones e
ilusiones, prometo ser más yo, y volver a escribir, porque la vida
sólo es una, y me permite dejarles mis palabras a mis hijos, a
Martina, y a la lentejita que está creciendo dentro de mí.
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