Había una vez una niña, llamada Paula, que vivía con sus padres y sus dos hermanas Angela y Laura, tenían una bonita casa de dos plantas, en la planta superior había una buhardilla enorme decorada en tonos pastel, donde Paula y sus hermanas se pasaban las tardes jugando a las casitas, claro está antes de que su preciosa madre les llamase la atención a la hora de estudiar, pues debían ser mujeres de bien el día de mañana. Las tres niñas y la mama al atardecer se reunían delante del ventanal principal a la espera del padre que terminaba su jornada laboral.
Eso soñé, bueno creo que la forma verbal correcta sería “eso soñaba”, pues de estos sueños ya hace mucho tiempo. Hace tanto que a veces se me olvida, pero hoy, de camino a la nuevo oficina, me he tropezado con una chica que salía del ascensor con la mala suerte de haberle provocado el desorden de papelajos que llenaban su carpeta Loewe de cuero marrón, ahí, tirados por el suelo en la puerta del ascensor. Le ayudo a recogerlos y al alzar la vista le miro a los ojos, la he reconocido, es Ana, mi amiga, mi amiga del alma durante la pre adolescencia. Tenía en ese momento tantas ganas de abrazarla, de invitarla a tomar una cerveza y que me contase de su vida… no pude, no puedo. Aún siguen en mi los temores de aquella niña de 13 años que contaba mentiras sobre su vida al restos de las niñas de la zona norte de la ciudad, esa niña siempre vivirá en mi y las mentiras del pasado me persiguen a día de hoy, con seguridad, mañana también.
Eso soñé, bueno creo que la forma verbal correcta sería “eso soñaba”, pues de estos sueños ya hace mucho tiempo. Hace tanto que a veces se me olvida, pero hoy, de camino a la nuevo oficina, me he tropezado con una chica que salía del ascensor con la mala suerte de haberle provocado el desorden de papelajos que llenaban su carpeta Loewe de cuero marrón, ahí, tirados por el suelo en la puerta del ascensor. Le ayudo a recogerlos y al alzar la vista le miro a los ojos, la he reconocido, es Ana, mi amiga, mi amiga del alma durante la pre adolescencia. Tenía en ese momento tantas ganas de abrazarla, de invitarla a tomar una cerveza y que me contase de su vida… no pude, no puedo. Aún siguen en mi los temores de aquella niña de 13 años que contaba mentiras sobre su vida al restos de las niñas de la zona norte de la ciudad, esa niña siempre vivirá en mi y las mentiras del pasado me persiguen a día de hoy, con seguridad, mañana también.
Y así un día tras otro, mentira tras mentira me voy forjando, no voy a decir que ya no se ni quién soy, pues si esta frase está muy manida entre el resto de mortales ¿qué queda de mí misma? Sólo este galimatías, verdades que son mentiras, mentiras que son verdad…
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